❤️ Cuando el amor se convierte en estrategia: el arma invisible en los conflictos de familia, alienación y manipulación emocional.
- Lcda. Yarilyn Claudio López

- 2 days ago
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El amor como herramienta de poder (conflictos de familia)
El amor, cuando es genuino, sana. Pero cuando se distorsiona, se convierte en un instrumento devastador. En el contexto del derecho de familia, este sentimiento —tan noble y natural— ha sido utilizado, en demasiadas ocasiones, como un medio para obtener control emocional, económico o legal sobre otra persona.
Lo más inquietante es que este tipo de manipulación rara vez es evidente. No ocurre con gritos ni amenazas. Ocurre con palabras dulces, con actos aparentemente afectivos, con un “yo solo quiero lo mejor para los niños”, cuando en realidad lo que se busca es mantener poder sobre el otro progenitor o sobre la narrativa judicial.
El amor falso es la herramienta más silenciosa, pero también la más efectiva, dentro de los conflictos familiares modernos.
El disfraz de la buena intención
El derecho familiar está lleno de contradicciones humanas. Personas que dicen actuar por amor, pero en realidad orquestan actos calculados para generar compasión, desconfianza o culpa.
Por ejemplo:
Un progenitor que dice “no quiero pelear” mientras manipula la percepción del hijo contra el otro.
Una madre o padre que “solo busca estabilidad” pero utiliza el afecto del menor como moneda emocional.
Alguien que “ama” tanto que insiste en mantener al otro fuera del panorama “por el bien del niño”.
El problema es que estas conductas se mimetizan entre las genuinas. Desde afuera, parecen amor. Desde adentro, son tácticas de desgaste, donde los sentimientos se vuelven argumentos y las emociones se convierten en estrategias judiciales.
El amor que divide en lugar de unir
Cuando el amor se convierte en un campo de batalla, los hijos se convierten en soldados sin uniforme. Son utilizados para validar una narrativa, reforzar una posición o castigar al otro.
Frases como “tu papá no te quiere”, “mira lo feliz que somos sin él”, o “si tu mamá te amara, estaría aquí” no son simples comentarios: son microagresiones emocionales. Y aunque el tribunal no las escuche, sus efectos son tan reales como un golpe.
Esta dinámica crea una distorsión peligrosa: l os hijos comienzan a asociar el amor con la manipulación, la obediencia o la culpa. Creen que deben elegir entre querer y complacer, entre amar y traicionar.
Así nace la alienación emocional, mucho antes de que los abogados presenten una moción o los psicólogos intervengan.
El uso emocional como moneda de cambio
En el tribunal, el amor también se argumenta. Se cita como evidencia moral: “Yo siempre estuve ahí”, “yo nunca le negué cariño”, “yo soy quien más lo ama”.
Pero el amor no se mide en declaraciones ni en fotografías. Se mide en coherencia, en estabilidad y en la capacidad de priorizar el bienestar del menor por encima del orgullo.
Sin embargo, muchos casos terminan convertidos en una competencia de afecto teatral, donde cada parte busca proyectar la imagen más amorosa, más sacrificada, más “digna de custodia”.
En ese escenario, el amor deja de ser un lazo y se transforma en una estrategia discursiva para influir en las decisiones del tribunal.
El amor condicional: “te amo, si estás de mi lado”
Una de las formas más destructivas de manipulación emocional es el amor condicional. Es el tipo de amor que enseña al niño que su valor depende de su lealtad hacia uno de los padres.
Frases como:
“Si cuentas lo que pasa, me vas a hacer sufrir. ”Si ves a tu papá, yo voy a estar triste.” Si hablas con ella, es porque no me quieres.”
Este tipo de mensajes convierten al amor en una prisión emocional, donde el menor asume la responsabilidad de cuidar los sentimientos de los adultos. Y así, sin darse cuenta, aprende a mentir por amor, callar por amor y rechazar por amor.
El tribunal puede resolver custodias, pero no puede reparar un vínculo que fue enseñado a amar con culpa.
Cuando el amor se usa como escudo legal
El amor no debería ser una defensa jurídica, pero en muchos casos lo es. Alegar que todo se hizo “por amor” ha servido para suavizar responsabilidades o justificar conductas que, en otro contexto, serían cuestionables.
Por ejemplo:
Retener al menor más tiempo del permitido “porque lloró al irse”.
Revisar mensajes privados “para protegerlo”.
Impedir visitas “porque el niño no quiere ir”.
Detrás de esas justificaciones hay algo más que amor: hay miedo a perder poder, miedo al vacío, miedo a aceptar que el amor no otorga derechos absolutos.
El amor sano como resistencia
El amor no debe ser eliminado de las discusiones judiciales. Debe ser redefinido. El verdadero amor —el que protege, no manipula— es el que sabe retirarse cuando el conflicto hiere más de lo que cura.
Un progenitor que ama de verdad no necesita convencer al tribunal ni al niño de ello. Su presencia, su coherencia y su respeto por los límites son su mejor argumento.
Y aunque ese tipo de amor no siempre gana en los tribunales, gana en la vida emocional del menor, que crece con un modelo de afecto basado en la seguridad, no en el chantaje.
Conclusión: amar no es estrategia, es responsabilidad
Cuando el amor se convierte en estrategia, deja de ser amor y se transforma en control. Y cuando los adultos lo utilizan como herramienta judicial, los hijos se convierten en víctimas de una batalla emocional que jamás eligieron.
El derecho de familia debe aprender a distinguir entre el amor que protege y el amor que manipula, entre la emoción genuina y la actuación conveniente.
Porque el amor, cuando se usa para ganar, deja de tener valor. Pero cuando se practica para sanar, se convierte en el mayor acto de justicia emocional que puede existir.


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